Vejez


Hércules contra Geras
Cerámica ática de figuras rojas. Musée du Louvre, Paris


La ancianidad es una edad más bien desprestigiada en esta época en la que nos ha tocado vivir. Y eso que la posibilidad de llegar a cumplir muchos años era algo difícil de soñar no hace tanto. En este mundo que cambia a tanta velocidad  se tiende a pensar que los viejos no tienen nada importante que aportar. Valoramos la juventud, o la apariencia de juventud, y despreciamos cualquier cosa que nos muestre la decrepitud que lleva consigo la edad.  "La vejez es fea y es dura; escondámosla", parece ser el mensaje ético-estético que nos alcanza por todas partes. Y algunos llegan a ser patéticos pretendiendo cumplir esa norma no escrita pero presente en esta sociedad postindustrial en la que vivimos.

Poco queda de aquel dicho que se repetía antes: "más sabe el diablo por viejo que por diablo". Creo que  eso es  porque estamos equivocando dónde reside la verdadera sabiduría y vamos olvidando lo que los seniors pueden hacer por los juniors. Peor para nosotros. El mayor capital que tiene una sociedad es el capital humano y ahora lo desperdiciamos. Es algo que no ha ocurrido nunca en la historia de las civilizaciones. Se ve como trasnochada aquella consideración de que todos los mayores eran "educadores" de todos los jóvenes y que por eso merecían un respeto. No hace tanto cualquier persona mayor podía recriminar el comportamiento de un chaval y pobre de aquél que no atendiera sus  sugerencias".  Pudiera ser que esa falta de prestigio moral que tiene ahora la ancianidad fuera la causa de que pocos ancianos posean aquella dignidad, incluso aquella elegancia natural que recuerdo en muchos de los ancianos de mi infancia, y  de que veamos aquí y allá a personas mayores comportándose como chiquillos caprichosos.

Es cierto que buena parte de las personas, una vez alcanzada cierta edad que ni siquiera es muy grande, parecen negarse a aprender cualquier cosa que les suene a nuevo y cierran sus mentes a todo cambio, como temiendo que ya no sean capaces de asimilarlo. Está extendida la idea de que la edad del aprendizaje acaba con la juventud y pocos saben que la tarea de ir construyendo el alma ocupa la totalidad de nuestra vida. No es extraño, por eso, que ellos mismos y los demás aprecien que sus conocimientos del mundo han quedado desfasados.

Siempre ha habido y siempre habrá viejos maniáticos, egoístas y cascarrabias; pero también los ha habido llenos de esa sabiduría que solo el duro caminar por los surcos que va marcando la vida puede otorgar. Es verdad, no todos llegan a esa edad de Geras del mismo modo. Seguramente depende de cómo se haya vivido, de dónde se hayan puesto las prioridades de la existencia. La vejez es una edad especial de la vida en la que de algún modo se recoge lo bueno y lo malo que hemos ido esparciendo a través de ella. Es la edad para la reflexión, para hacer balance de nuestros aciertos y de nuestros errores. Es la edad de la sabiduría; solo unos pocos la alcanzan, pero al parecer los que lo logran consiguen ser un poco felices.

Os invito a leer un pasaje de la República de Platón en la que se narra la conversación de Sócrates con Céfalo, el anciano amigo que vive en el Pireo y de cuya sabiduría quiere aprender algo. Es muy importante darnos cuenta de que esta sabiduría no tiene nada que ver con la que se obtiene de los estudios de complicadas ciencias ni de la práctica de oficios dificilísimos; se trata de la verdadera sabiduría griega, la sabiduría práctica, la fronesis, esa que solo se obtiene por el hecho de haber vivido, de haber vivido una vida plena y haber reflexionado algo sobre ella con el ánimo de mejorar. Se suele traducir  fronesis por "prudencia", pero esta palabra en nuestra lengua deja de lado muchos matices muy interesantes de la sabiduría práctica griega y, probablemente por haber sido utilizada mucho para describir una virtud cristiana, tiene un significado inmediato que puede llamarnos a engaño. A falta de otra mejor, seguiremos usándola, puesto que no viene mal llamar prudente no al timorato o al que se constriñe por obedecer las reglas sociales de su ambiente, sino a aquél que ha ido acumulando una buena cantidad de vivencias a lo largo de su vida, que ha sido curioso por conocer a los hombres y sus costumbres, a la vez que ha ido reflexionando en un afán constante por conocer el mundo, en realidad, por conocerse a sí mismo, y por obrar justamente. Este sabio-prudente consigue transmitir un poco de sosiego a quienes le rodean. Pero leamos lo que nos cuenta Sócrates de su conversación con Céfalo:


"Y en verdad, Céfalo -dije yo-, me agrada conversar con personas de gran ancianidad; pues me parece necesario informarme de ellos, como de quienes han recorrido por delante un camino por el que quizá también nosotros tengamos que pasar, cuál es él, si áspero y difícil o fácil y expedito. y con gusto oiría de ti qué opinión tienes de esto, puesto que has llegado a aquella edad que los poetas llaman «el umbral de la vejez »: si lo declaras período desgraciado de la vida o cómo lo calificas.

III. -Yo te diré, por Zeus -replicó-, cómo se me muestra, ¡oh, Sócrates!: muchas veces nos reunimos, confirmando el antiguo proverbio, unos cuantos, apróximamente de la misma edad; y entonces la mayor parte de los reunidos se lamentan echando de menos y recordando los placeres juveniles del amor, de la bebida y los banquetes y otras cosas tocantes a esto, y se afligen como si hubieran perdido grandes bienes y como si entonces hubieran vivido bien y ahora ni siquiera viviesen. Algunos se duelen también de los ultrajes que su vejez recibe de sus mismos allegados y sobre ello se extienden en la cantinela de los males que aquélla les causa. y a mí me parece, Sócrates, que éstos inculpan a lo que no es culpable; porque si fuera ésa la causa, yo hubiera sufrido con la vejez lo mismo que ellos, y no menos todos los demás que han llegado a tal edad. Pero lo cierto es que he encontrado a muchos que no se hallaban de tal temple; en una ocasión estaba junto a Sófocles, el poeta, cuando alguien le preguntó:

«¿Qué tal andas, Sófocles, con respecto al amor? ¿Eres capaz todavía de estar con una mujer?». y él repuso: «No me hables, buen hombre; me he librado de él con la mayor satisfacción, como quien escapa de un amo furioso y salvaje ». Entonces me pareció que había hablado bien, y no me lo parece menos ahora; porque, en efecto, con la vejez se produce una gran paz y libertad en lo que respecta a tales cosas.

Cuando afloja y remite la tensión de los deseos, ocurre exactamente lo que Sófocles decía: que nos libramos de muchos y furiosos tiranos. Pero tanto de estas quejas cuanto de las que se refieren a los allegados, no hay más que una causa, y no es, Sócrates, la vejez, sino el carácter de los hombres; pues para los cuerdos y bien humorados, la vejez no es de gran pesadumbre, y al que no lo es, no ya la vejez, ¡oh, Sócrates!, sino la juventud le resulta enojosa.

IV: Admirado yo con lo que él decía, quise que siguiera hablando, y le estimulé diciendo: -Pienso, Céfalo, que los más no habrán de creer estas cosas cuando te las oigan decir, sino que supondrán que tú soportas fácilmente la vejez no por tu carácter, sino por tener gran fortuna; pues dicen que para los ricos hay muchos consuelos.

-Verdad es eso -repuso él-. No las creen, en efecto; y lo que dicen no carece de valor, aunque no tiene tanto como ellos piensan, sino que aquí viene bien el dicho de Temístocles a un ciudadano de Sérifos, que le insultaba diciéndole que su gloria no se la debía a sí mismo, sino a su patria. «Ni yo -replicó- sería renombrado si fuera de Sérifos, ni tú tampoco aun siendo de Atenas » Y a los que sin ser ricos llevan con pena la vejez se les acomoda el mismo razonamiento: que ni el hombre discreto puede soportar fácilmente la vejez en la pobreza, ni el insensato, aun siendo rico, puede estar en ella satisfecho.

-¿Y qué, Céfalo -díjele-, lo que tienes lo has heredado en su mayor parte o es más lo que tú has agregado por ti?

-¿Lo que yo he agregado, Sócrates? -replicó-. En cosas de negocios yo he sido un hombre intermedio entre mi abuelo y mi padre; porque mi abuelo, que llevaba mi mismo nombre, habiendo heredado una fortuna poco más o menos como la que yo tengo hoy, la multiplicó varias veces, y Lisanias, mi padre, la redujo aún a menos de lo que ahora es. Yo me contento con no dejársela a éstos disminuida, sino un poco mayor que la recibí.

-Te lo preguntaba -dije- porque me parecía que no tenías excesivo amor a las riquezas, y esto les ocurre generalmente a los que no las han adquirido por sí mismos, pues los que las han adquirido se pegan a ellas doblemente, con amor como el de los poetas a sus poemas y el de los padres a sus hijos: el mismo afán muestran los enriquecidos en relación con sus riquezas, como por obra propia, y también, igual que los demás, por la utilidad que les procuran. y son hombres de trato difícil porque no se prestan a hablar más que del dinero .

-Dices verdad -aseveró él.

V. -No hay duda -dije yo-; pero contéstame a esto otro. ¿Cuál es la mayor ventaja que, según tú, se saca de tener gran fortuna?

-Es algo -dijo él- de lo que quizá no podría convencer a la mayor parte de las gentes con mis palabras. Porque has de saber, Sócrates -siguió-, que, cuando un hombre empieza a pensar en que va a morir, le entra miedo y preocupación por cosas por las que antes no le entraban, y las fábulas que se cuentan acerca del Hades, de que el que ha delinquido aquí tiene que pagar allí la pena, fábulas hasta entonces tomadas a risa, le trastornan el alma con miedo de que sean verdaderas; y ya por la debilidad de la vejez, ya en razón de estar más cerca del mundo de allá, empieza a verlas con mayor luz. Y se llena con ello de recelo y temor y repasa y examina si ha ofendido a alguien en algo. Y el que halla que ha pecado largamente en su vida se despierta frecuentemente del sueño lleno de pavor, como los niños, y vive en una desgraciada expectación. Pero al que no tiene conciencia de ninguna injusticia le asiste constantemente una grata y perpetua esperanza, bienhechora «nodriza de la vejez», según frase de Píndaro: donosamente, en efecto, dijo aquél, ¡oh, Sócrates!, que al que pasa la vida en justicia y piedad, le acompaña una dulce esperanza animadora del corazón, nodriza de la vejez, que rige, soberana, la mente tornadiza de los mortales .

-En lo que habló con razón y de muy admirable manera. Ahí pongo yo el principal valor de las riquezas, no ya respecto de cualquiera, sino del discreto; pues para no engañar ni mentir, ni aun involuntariamente, y para no estar en deuda de sacrificios con ningún dios ni de dinero con ningún hombre, y partirse así sin miedo al mundo de allá, ayuda no poco la posesión de las riquezas. Tiene también otros muchos provechos; pero, uno por otro, yo sostendría, ¡oh, Sócrates!, que para lo que he dicho es para lo que es más útil la fortuna al hombre sensato. "
Platón, Republica, Libro I

Lo que sorprende de esta conversación es su actualidad, o mejor dicho, su universalidad, con independencia de épocas y de costumbres. Comprendemos que las preocupaciones de los hombres vienen a ser las mismas ahora que las que tenían hace 2.500 años: el futuro, el miedo a la decrepitud, el miedo a la muerte; y de ahí una inquietud por el buen o mal comportamiento. Hay frases memorables, como por ejemplo la que dice que "para los cuerdos y bien humorados, la vejez no es de gran pesadumbre, y al que no lo es, no ya la vejez, ¡oh, Sócrates!, sino la juventud le resulta enojosa". Seguro que todos estaremos de acuerdo, así que no viene mal recordar que una buena parte de la felicidad reside en el buen humor y en la cordura (en términos originales, en estar "cosmetizados" o lo que viene a ser parecido, "armonizados"). Es una buena invitación para ejercitarnos en ambas actitudes.

Cualquiera de nosotros sin haber leído en su vida a Platón, incluso sin haber siquiera oído hablar de él, entiende enseguida ese cambio de actitud, llegada la vejez, respecto a las leyendas sobre el premio y castigo en la vida del más allá (cosas, por cierto, que como vemos no son originales de la religión cristiana). Pero ahora lo que importa no es la pregunta sobre el más allá, que ese es un asunto filosófico y religioso de más envergadura; lo que aquí Céfalo está explicando es cómo la conciencia tranquila sobre el comportamiento de uno a lo largo de la vida proporciona una vejez plácida. Y eso me parece muy importante. Uno habrá podido obrar bien o mal, habrá podido cometer muchos errores, por los que muchas veces habrá pagado; pero es necesario tomar conciencia de ellos, es necesario asumirlos. O sea, asumirse a uno mismo, tal y como se es, no tal y como nos gustaría ser. Pero esto segundo es lo que hacemos con más frecuencia, y casi sin darnos cuenta  intentamos engañarnos, arrojando de la conciencia cualquier cosa en la que nos reconozcamos como "malos". Y eso, al final,  termina haciéndonos muy infelices, al menos a nada que uno tenga cierto sentido del bien moral. Lo que menos importa es engañar a los demás, ofreciéndoles una imagen edulcorada de nosotros, que eso, al fin y al cabo, no suele hacer mal a nadie y además enseguida se nos termina conociendo; se trata de asumir nuestra responsabilidad respecto a lo que somos, respecto a lo que nos ocurre, en lugar de echar la culpa a los demás, a nuestro entorno, a la educación recibida, a..... Solo así será posible intentar mejorar y será posible ser un poco más felices, particularmente en el umbral de la vejez, cuando uno frecuentemente se empieza a preguntar cosas. No es cosa de arrepentimiento pasivo, que eso no tiene salida y no lleva a nada positivo, sino a la amargura y a la imposibilidad de mirar hacia adelante; más bien es cosa de reconocer cuándo hemos actuado por egoísmo, cuando nos hemos aprovechado de los demás, cuándo hemos mentido para nuestro beneficio sin preocuparnos el mal que causamos a otros, cuándo hemos sido injustos. Si en lugar de echar las culpas a los demás de lo que nos pasa, asumiéramos sin temor en dónde nos hemos equivocado, seguramente seríamos más cuerdos y más felices.

Puede que de las palabras de Céfalo nos sorprenda la consideración positiva de la riqueza, particularmente la riqueza heredada, en tanto que proporciona una actitud libérrima ante la vida y permite ese desapego del que carecen los que la han adquirido por su esfuerzo. Los griegos, como es propio de una sociedad de comerciantes, no consideraban injusto el enriquecimiento honesto, ni tampoco creían que fuera innoble el ejercicio de los negocios. Es digna de ser tenida en cuenta la conclusión a la que llega Céfalo de que la riqueza es útil para la vejez, pero no tanto por las comodidades que proporciona en una edad en la que uno es más débil, sino porque evita aprovecharse de los demás, evita ser injusto y favorece el comportamiento propio del hombre sensato, con lo cual se consigue esa tranquilidad espiritual que proporciona calma y paz en la senectud.

En este pequeño texto tenemos un buen ejemplo de lo que era para los griegos la filosofía; un conocimiento práctico y útil para la vida. El afán de conocer, incluso de conocer científica y teóricamente cómo es el mundo, se derivaba de su interés en el ser humano, en su afán por conocer cómo hay que comportarse para obrar conforme a lo que debe ser. ¡Qué lejos estamos ahora de todo eso! Buscamos las claves de nuestra vida en pensamientos exóticos, pagamos las consultas de los psicoterapeutas (o sea, literalmente, los que "curan el alma"), confiamos en fármacos milagrosos capaces de proporcionarnos sosiego y algo de felicidad; pero nos olvidamos de que en nosotros mismos, en nuestra cultura -esa que estamos empeñados en desdeñar- podemos encontrar alguna enseñanza, alguna sabiduría que nos permita disfruta algo de la vida y proporcionar un poco de felicidad a los que nos rodean.

Ya sé que no es nada fácil aprender a vivir con libertad. Pero creo que siempre, por muy mayores que seamos, es necesario seguir aprendiendo, seguir preguntándonos, maravillados, por las cosas más cotidianas de nuestra existencia. Si conservamos la ilusión y la mirada sorprendida de aquellos niños que un día fuimos siempre estaremos vivos, dispuestos a seguir moldeando nuestro corazón para hacerlo poderoso. Porque  el verdadero poder reside en el corazón atento. No podemos ser tan rígidos, con nuestros valores tan inquebrantables y bien organizados como esas piedras que ante la menor ventisca se desprenden de la roca o se resquebrajan en mil pedazos en el momento en el que se produce un cambio brusco de temperatura; pero no podemos ser tan poco consistentes, tan poco sólidos, que la menor ráfaga de aire nos lleve de  aquí para allá sin saber nunca quienes somos. No viene nada mal ser humildes a la hora de aprender algo, porque todo aprendizaje exige una desprendimiento. Viene bien recoger lo que otros cuentan y hacerlo nuestro, confrontándonos con sus ideas y con sus  valores, comprendiendo que en realidad no sabemos apenas nada. Aunque también es verdad que los espíritus libres suelen crear dificultades y no conviene olvidar que Sócrates fue obligado a tomar cicuta.