Gramática sentimental

La música está hecha a partir de los sonidos. Bien lo sabemos. Pero no es una yuxtaposición cualquiera de sonidos lo que constituye el lenguaje de la música, lo que hace que nos transmita una u otra emoción, en definitiva, un significado.

Con independencia de que existan combinaciones de sonidos que ya por naturaleza sean capaces de comunicarnos un determinado estado afectivo, un ethos, existe una gramática bien estructurada que ha ido formándose a lo largo de nuestra historia musical. Se trata de un código del que los oyentes no somos habitualmente conscientes, pero que conocemos perfectamente y de la que participamos cuando escuchamos cualquier clase de música. De algún modo sabemos que esta melodía es alegre o que aquel pasaje es extremadamente melancólico y nos contagiamos con facilidad del tono afectivo de lo que escuchamos. El ethos de la música se impone a nuestro ánimo y nuestro sentimiento se acompasa.

Esta gramática musical compleja ha sido construida a lo largo de toda nuestra cultura. La hemos ido aprendiendo desde el instante en el que oímos por primera vez un poco de música. Cuando una pieza de música no responde a esa gramática musical que conocemos, no nos dice nada. Bien por la falta de pericia del compositor o bien porque ha fracasado en su búsqueda de nuevas formas de expresión, lo cierto es que cuando una música no está compuesta con arreglo a ese sustrato gramatical previo nos encontramos con el vacío, con que no entendemos nada.

Ocurre con la música algo parecido a lo que sucede con el lenguaje: no es necesario tener un conocimiento teórico para que la gramática funcione por debajo de la expresión de las ideas. Todos los hablantes de una lengua, incluso los más incultos, conocen las reglas gramaticales que la fundamentan. Por eso, cualquier persona sin saber nada de gramática pueden expresar sus pensamientos o emociones con  viveza y con soltura. ¡Y hasta pueden llegar a ser buenos poetas sin haber estudiado apenas gramática! De la misma manera, quienes oyen música, e incluso en cierta medida hasta quienes la interpretan, no necesitan poseer conocimientos teóricos sobre las leyes que rigen el lenguaje musical para que, mediante los sonidos de la música, se produzca la comunicación de un sentimiento, de una emoción. Ambos, oyente y músico, conocen las reglas y leyes gramaticales que son el sustrato expresivo de la música. 

La música nos hace llorar, nos hace amar, nos hace sentir eufóricos o melancólicos. Por eso elegimos: esta música para cuando salimos de fiesta, esta otra para cuando estamos en la soledad de nuestro sillón. Hablando en general, podemos afirmar que todo arte se mueve en el territorio de lo emotivo, de lo afectivo, de lo pasional. Nos llega, nos toca, nos mueve... Pero la música recorre un camino directo, no necesita la intermediación de la razón, por eso, desde épocas muy antiguas, muchos han pensado que la música es el arte que gobierna el terreno sentimental. ¡Una canción nos mueve incluso si desconocemos por completo el idioma en el que se canta! El poema nos emociona verdaderamente por el ritmo de las palabras, por el tono expresivo, por la melodía.

A diferencia del lenguaje, el contenido ético (emotivo) de la música no pertenece al terreno de la razón, sino que su posesión es completamente irracional y se construye con el material de lo visceral, de lo emotivo, de lo sentimental. Se afianza en la parte de nuestro espíritu e donde reside el recuerdo y la memoria, en ese roncón oscuro del que no solemos ser conscientes. Llega allí y se queda, nos mueve, nos induce sentimientos y pasiones. La palabra transmite una idea, un contenido mental, racional, consciente; ese contenido puede ser o no de índole sentimental, pero es necesario comprender para que actúe sobre nuestro ánimo. Dejemos aparte el asunto de la poesía y de la prosodia, donde la música está tejida con la palabra.

Y, ¿por qué? Nos gusta saber por qué ocurren las cosas.

Parece ser que la música es anterior al lenguaje. En la evolución de los hombres debió de surgir antes la música que la palabra. Es lógico pensar que fuera así, pues ya los animales se expresan y se "comunican" mediante el sonido, algunas veces de un modo tan elaborado que nos parece un verdadero canto. El niño que acaba de nacer, cuando no conoce la palabra, cuando no tiene siquiera habilidad para el gesto, también utiliza el sonido, un sonido rudimentario, para expresar sus incomodidades, sus miedos y hasta sus satisfacciones. Al intentar hablar empieza imitando la "prosodia" de la palabra, el ritmo de la frase, es decir, empieza por el lado de la música.  El material sonoro con el que se teje la música -el quejido, el lamento, la risa, el llanto, el grito-  toda esa amplia gama con la que empezaríamos los humanos a comunicarnos y a expresar nuestros sentimientos, nuestras emociones, es anterior a la palabra, que es mucho más abstracta, mucho más simbólica y elaborada (lo que no contradice el hecho de que la música, particularmente lo que se llama música culta, en su desarrollo haya sido capaz de alcanzar un alto nivel de abstracción y complejidad, superior al del discurso hablado).

Así pues, podríamos decir que la Palabra es hija de la Música. No erraríamos si dijésemos: "Al principio fue la Música". La Música es Todo. Abarca lo sentimental, lo racional y lo suprarracional.  El Verbo, el Logos, la Palabra, pertenecen al ámbito de lo racional, a un hombre ya pleno en su discernimiento, en su voluntad.

No parece difícil pensar que allá en la noche de los tiempos, cuando los humanos empezaran a ser humanos, cuando su sistema de comunicación fuera todavía muy rudimentario, utilizaran el material sonoro con el que contaban para iniciar alguna forma más elaborada de expresión. Sus gritos, sus lamentos, sus risas o sus llantos salían de dentro de su alma y expresaban su ánimo. Todos reconocían su significado. Al mismo tiempo  intentarían imitar la sonoridad del espectáculo de la Naturaleza: el trueno, la lluvia, un rítmico caminar, el mar, el pájaro... Y sin ser conscientes de nada, aquellas formas sonoras se irían transformando en música. El lamento se repetiría del agudo al grave. La repetición se ordenaría en formas de ritmo. Empezarían a formarse modelos estructurados, formas y estilos para cada cosa, y empezaría la comunidad a establecer qué se cantaba y qué se bailaba en tal o cual ocasión. Al fin y al cabo una forma de dar cauce a las emociones, de transformarlas en sentimientos, de regularlos sublimándolos en arte.

Podemos imaginar que así surgió la música, antes de la palabra, antes, mucho antes de que el pensamiento del hombre alcanzara la lógica del mundo. Seguramente sabrían poco aquellos primeros hombres, pero ya participaban del espíritu de lo humano. Porque si algo es y ha sido humano desde siempre es la necesidad de expresarnos, de salir de nosotros, de comunicar a los demás nuestras emociones y compartir con ellos nuestros sentimientos, en definitiva, sentirnos parte de los demás. Por eso, desde el momento en el que hubo sentimientos, desde el momento en el que la inmediata satisfacción de los sentidos fuera modelándose por la aparición de lo que podríamos llamar "el alma sentimental", es posible hablar de hombres. Probablemente desde ese momento, el hombre tuvo necesidad de expresarse.

Y así surgió la música. No sé si eso sería antes o después de que el Guardián del Fuego creyera tener el poder de la Naturaleza, pero seguramente sería cuando empezaron de algún modo a intuir la idea de Dios, cuando honraron a sus muertos en rituales de esperanza, cuando comenzaron a saber amar, cuando aprendieron a soñar y también a sufrir. O sea, cuando fueron "expulsados" del Paraíso Feliz en el que antes vivían, ocupados sólo de la satisfacción de sus instintos, y evolucionaron hacia el Espíritu del Hombre. Allí, alumbrada por las estrellas de la noche, nació la Música. Y mediante ella aquellos primeros hombres conocieron en el fuego el poder del Sol en la más profunda de las noches. Y  lo celebraron a coro.... Seguramente aún no sabían hablar.

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