(por Fray Luis de León)
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
mi alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primero esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo ciego adora,
la belleza caduca engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.
Ve cómo el gran maestro
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta,
y entrambos a porfía
mezclan una dulcísima armonía.
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él así se anega,
que ningún accidente
extraño o peregrino oye o siente.
¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste baxo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo demás es triste lloro.
¡Oh! Suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos.
Este poema de Fray Luis de León (1527-1591) está dedicado a Francisco de Salinas (1513-1590), compositor y organista que, como él, era profesor de la Universidad de Salamanca.
Francisco Salinas había vivido durante muchos años en Italia, donde habría entrado en contacto con el humanismo renacentista y donde, presumiblemente, habría accedido a los escritos de los teóricos musicales griegos antiguos que, tras la caída de Constantinopla, empezaban a ser traducidos al latín y a conocerse en Occidente. Aunque no se conservan las composiciones musicales de Salinas, hasta nosostros ha llegado un importante tratado de Teoría musical De musica libri septem, escrito en el año 1577 en el que intenta adaptar a la música de su tiempo los escritos de los teóricos musicales de la Antigüedad1.
La Oda a Salinas nos muestra a Fray Luis de León completamente familiarizado con una concepción de la música heredada del pitagorismo y del platonismo que, si bien no había sido olvidada en el Medievo, empieza en el Renacimiento a tener gran relevancia en la Estética y en la Metafísica, pasando a formar parte desde entonces del pensamiento filosófico de Occidente2.
En este poema subyace la noción del universo como cosmos musical. La Oda a Salinas es el homenaje a una interpretación del mundo de alto valor poético: El Demiurgo, el Dios-Músico hacedor del mundo, lo habría construído mediante las proporciones matemáticas y armónicas que se pueden descubrir en las consonancias musicales. El universo creado por el "Gran Maestro" es un cosmos formado a partir de las proporciones de la música, unas proporciones que lo ensamblan todo y que lo mantienen firmemente unido. Las proporciones de la Armonía hacen del mundo un universo bello, un universo musical.
Esa Alta Esfera de la que habla el poeta es la Música Metafísica, las proporciones armónicas en sí mismas. O, dicho en el lenguaje originario, es el Alma del Mundo, la que rodea y une las otras esferas que se articulan bajo ella y que forman el Cuerpo del Mundo. La Alta Esfera dota de vida al mundo, lo anima, hace de él un bella creación musical. El universo es una Gran Cítara y el devenir del mundo una Gran Obra Musical. El universo musical que está sustentado por las proporciones de la Armonía es un "Eterno Templo" y Dios es el Músico que interpreta la melodía del acontecer de todo cuanto existe.
El arte musical, la música sonora, es una realización particular de la Música del Mundo, adecuada para ser percibida por los oídos del hombre. Al estar construida de las mismas razones numéricas que rigen la Armonía del cosmos, el alma se eleva cuando escucha la música armoniosa y es capaz de abandonar el mundo de lo sensible para entregarse a la Música.
El poema es un canto a la capacidad de rememorar que tiene el arte musical. Describe a la música como un camino ascético, a la vez que nos habla del poder ético que el arte musical posee. La música tiene la capacidad de mejorar a quien la oye “en suerte y pensamientos” por lo que dejará de perseguir lo puramente material.
Detrás del Canto a Salinas oímos los ecos de muchas nociones ético-estéticas del pensamiento griego antiguo, más exactamente del platonismo. El alma del hombre, que ha olvidado las bellezas primeras, al son de tan bella música como la que ejecuta Salinas en el órgano recupera el recuerdo de la Música, es decir, del orden cósmico y divino en el que hubiera vivido antes de "caer" en el mundo de lo sensiblea. Esas bellezas de las que la música humana es una mímesis directa, nos cuenta Platón, son las que el alma contemplaría antes de verse obligada a vivir en el mundo de los sentidos y de la corporeidad dimensional. Entonces anhela el reencuentro y es dulce para ella abandonarse, es dulce ese morir que la abre a lo que para él es la verdadera vida ("¡Oh desmayo dichoso! ¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!"). La música hace recobrar al alma la memoria de su origen divino y el deseo de acercarse a la paz espiritual que la unión con su verdadero ser le produce. La música hace salir al alma, la sumerge en la eterna quietud y en el éxtasis, en la Música.
Francisco Salinas había vivido durante muchos años en Italia, donde habría entrado en contacto con el humanismo renacentista y donde, presumiblemente, habría accedido a los escritos de los teóricos musicales griegos antiguos que, tras la caída de Constantinopla, empezaban a ser traducidos al latín y a conocerse en Occidente. Aunque no se conservan las composiciones musicales de Salinas, hasta nosostros ha llegado un importante tratado de Teoría musical De musica libri septem, escrito en el año 1577 en el que intenta adaptar a la música de su tiempo los escritos de los teóricos musicales de la Antigüedad1.
La Oda a Salinas nos muestra a Fray Luis de León completamente familiarizado con una concepción de la música heredada del pitagorismo y del platonismo que, si bien no había sido olvidada en el Medievo, empieza en el Renacimiento a tener gran relevancia en la Estética y en la Metafísica, pasando a formar parte desde entonces del pensamiento filosófico de Occidente2.
En este poema subyace la noción del universo como cosmos musical. La Oda a Salinas es el homenaje a una interpretación del mundo de alto valor poético: El Demiurgo, el Dios-Músico hacedor del mundo, lo habría construído mediante las proporciones matemáticas y armónicas que se pueden descubrir en las consonancias musicales. El universo creado por el "Gran Maestro" es un cosmos formado a partir de las proporciones de la música, unas proporciones que lo ensamblan todo y que lo mantienen firmemente unido. Las proporciones de la Armonía hacen del mundo un universo bello, un universo musical.
Esa Alta Esfera de la que habla el poeta es la Música Metafísica, las proporciones armónicas en sí mismas. O, dicho en el lenguaje originario, es el Alma del Mundo, la que rodea y une las otras esferas que se articulan bajo ella y que forman el Cuerpo del Mundo. La Alta Esfera dota de vida al mundo, lo anima, hace de él un bella creación musical. El universo es una Gran Cítara y el devenir del mundo una Gran Obra Musical. El universo musical que está sustentado por las proporciones de la Armonía es un "Eterno Templo" y Dios es el Músico que interpreta la melodía del acontecer de todo cuanto existe.
El arte musical, la música sonora, es una realización particular de la Música del Mundo, adecuada para ser percibida por los oídos del hombre. Al estar construida de las mismas razones numéricas que rigen la Armonía del cosmos, el alma se eleva cuando escucha la música armoniosa y es capaz de abandonar el mundo de lo sensible para entregarse a la Música.
El poema es un canto a la capacidad de rememorar que tiene el arte musical. Describe a la música como un camino ascético, a la vez que nos habla del poder ético que el arte musical posee. La música tiene la capacidad de mejorar a quien la oye “en suerte y pensamientos” por lo que dejará de perseguir lo puramente material.
Detrás del Canto a Salinas oímos los ecos de muchas nociones ético-estéticas del pensamiento griego antiguo, más exactamente del platonismo. El alma del hombre, que ha olvidado las bellezas primeras, al son de tan bella música como la que ejecuta Salinas en el órgano recupera el recuerdo de la Música, es decir, del orden cósmico y divino en el que hubiera vivido antes de "caer" en el mundo de lo sensiblea. Esas bellezas de las que la música humana es una mímesis directa, nos cuenta Platón, son las que el alma contemplaría antes de verse obligada a vivir en el mundo de los sentidos y de la corporeidad dimensional. Entonces anhela el reencuentro y es dulce para ella abandonarse, es dulce ese morir que la abre a lo que para él es la verdadera vida ("¡Oh desmayo dichoso! ¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!"). La música hace recobrar al alma la memoria de su origen divino y el deseo de acercarse a la paz espiritual que la unión con su verdadero ser le produce. La música hace salir al alma, la sumerge en la eterna quietud y en el éxtasis, en la Música.
El efecto ético de la música se produce porque está hecha de la misma sustancia que el alma del mundo: los número y las proporciones de la Armonía. La música de Salinas se mezcla, en armonía de números concordes, con aquella Música no perecedera “que es de todas la primera”, la que interpretaría el “Gran maestro", el Dios-Músico en la inmensa y eterna Gran Cítara del Mundo. Los números de las consonacias, las proporciones llevan de al alma por un mar espiritual en el que anega, se entrega, se abandona. Los sentidos ya no estorban, ya no hay accidentes que enturbien la perfecta y armoniosa unión mística. Es lo mismo alma, Música y Todo ...
La exaltación de la música de Salinas que hace Fray Luis la dota de un poder desmesurado y convierte al organista en un Orfeo redivivo, capaz de serenar el aire circundante y de producir la quietud, el éxtasis del alma. Salinas vendría a representar al músico ideal, al músico que no solo tiene la capacidad de deleitar, sino también al músico con poder suficiente como para dignificar la cualidad moral de quien le escucha, de elevr su alma como si de un gran sumo sacerdote se tratara. El músico es conductor de almas, posee el poder de educar, el poder paidéutico. El hecho de que Salinas fuera ciego ahonda aún más, si cabe, en la imagen del músico como alguien que no necesita ver el mundo de las apariencias, pues puede trascenderlo, ya que es capaz de crear algo que es de orden inmaterial, una composición musical, reflejo directo de la Realidad Verdadera.
Mediante los acordes de su música, este músico-purificador de almas es capaz de acercarlas a su orígen divino. Gracias al arte de la música, el alma del hombre se sumerge en un universo espiritual que le permite separar su mirada de las cosas aparentes del mundo de los sentidos. Y en un gradual ascenso se eleva a la memoria de su origen, en una comunión mística con el Todo. Y el deseo del Bien se impone en el alma de quien escucha por simpatía, por resonancia.
Entendemos que fray Luis desee oír de continuo la música que el ciego Salinas interpreta en el órgano de Salamanca. Y también que el poeta, haciendo ahora un canto a la amistad, exhorte a sus amigos a escuchar la música de Salinas. A sus sones, les dice, quedarán sus sentidos suavemente adormecidos, y ya no serán atraídos por “la belleza caduca engañadora” del mundo visible que es la que persigue el vulgo ignorante, los que están verdaderamente ciegos. Quien a partir de algo sensible, como es la música sonora, participe de la Música va a abandonarse al éxtasis, va a alcanzar el bien máximo, esa "gloria del apolíneo sacro coro", el coro de las Musas que danzan en torno a Apolo, el dios músico, cantando las Bellezas Eternas en un territorio más allá del tiempo, allá donde el pasado, el presente y el futuro se desenvuelven como un "todo a la vez". La quietud que imita el movimiento eterno se apoderará del espíritu de quien se entregue a esa música...
Y Fray Luis, como buen heredero de las ideas pitagórica y neoplatónicas, se remite expresamente a los números para explicar el poder magnífico de la música que suena. La comunion mística de alma con el Todo que se serve de la vía musical se produce precisamente porque los números y proporciones del alma son los mismos que los de la música, los mismos que los de la Música. Poesía, número y metafísica se identifican. El número, la razón oculta de todo cuanto es.
Aunque no podamos conocer la música que sonaría en el órgano de Salinas, podemos acercarnos con bastante fidelidad a su espíritu si escuchamos las composiciones de otro músico contemporáneo y paisano suyo, otro músico también ciego que suele ser considerado como el gran compositor del Renacimiento español, Antonio de Cabezón.
Para ilustrar todo lo que aquí se dice he confeccionado un vídeo con música de Cabezón e imágenes de la época y del entorno en el que Fray Luis de León y Francisco de Salinas se conocieron, Salamanca, su Catedral Vieja y sus Escuelas, el órgano en el que se cree que interpretaba el músico Salinas, así como algunas ilustraciones de su libro De musica libri septem:
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1. Salinas, Francisco de, De musica libri septem, Mathias Gastius, Salamanca, 1577, 1592. M.S. Kastner (edición anastática), Documenta Musicologica I no. 13, Bärenreiter, Kassel, 1958. Traducción de Ismael Fernández de la Cuesta, Siete libros sobre la música, Alpuerto, Salamanca, 1983.
2. Para un estudio del poema de Fray Luis de León, es interesante el artículo "El gran citarista del cielo", en la Biblioteca Virtual Cervantes.