Claudio Rodríguez: Don de la ebriedad

Don de la ebriedad (1953)

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.


Claudio Rodríguez (España, 1934-1999)




Hay poemas que nada más leerlos te causan una impresión profunda.

Antes de que entiendas siquiera lo que dicen las palabras, por algún canal privilegiado llegan a ese rincón del corazón en el que debe de estar latente la sabiduría verdadera, a ese circunstancial espacio que está preparado para acoger la luz que alguien fortuitamente derramó algún día.


Y luego recuerdas que se paró por un instante el movimiento, que se suspendió el tiempo para permitir que nuestra alma resonara con los acordes y ritmos del espíritu que lo construyó.

Se revela el momento.
Y comprendes.
Y sientes ese resplandor del que se habla o sientes que alguien sintió ese resplandor con tanta fuerza que de su boca brotaron bien acompasadas las palabras.
Y ellas se convirtieron en claridad luminosa, en forma que acoge con su luz a las cosas.

Lees, y lees de nuevo.
Resuenan ecos de ritmos en los pasos que caminas.
Ecos de Diosas Antiguas que desvelan verdades redondas a los que viajan por Carros de Luz conducidos por las Hijas del Sol.
Ecos de sabiduría gruesa, de profundos arcanos, de conocimiento infundido por borrachera iniciática.



Y comprendes.
Esperanza eterna de abrazos mortales, de trascendencia, de entrega absoluta, de una forma rotunda de amor.
Ebriedad.
Verdad.



Hace unos meses Paloma y Juan Luis me hablaban con entusiasmo de Claudio Rodríguez, familiar cercano suyo. Cuando me recitaban el poema, bien aprendido desde mucho tiempo atrás, entendí en su mirada que alguna cuerda de recuerdo quebrado estallaba en lo profundo. Al cabo de unos días me regalaron un librito con una selección de poemas de Claudio, editado por el Centro de Poesía José Hierro con motivo de su tercer aniversario (Toda una Leyenda, Madrid, 2006). Si ya cuando oí las palabras recitadas, inmediatamente comprendí que había un pulso especial en sus sonidos, cuando leí y leí el Don de la Ebriedad, me sentí profundamente acompañada.


Añado ahora (5 de diciembre de 2009)este enlace con una entrevista a Clara Miranda que me envió no hace mucho Marian

Y otro: Una entrevista que hizo a Claudio Rodriguez Javier Ochoa Hidalgo publicada por la revista Espéculo de la Universidad Complutense de Madrid en el año 1999:

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5 comentarios:

Anónimo dijo...
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Turulato dijo...
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Maite Pérez-Pueyo (Maitentación) dijo...
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Unknown dijo...
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Maite Pérez-Pueyo (Maitentación) dijo...
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