El arte de las Musas. Parte III: Conocimiento, tiempo, movimiento y memoria

Intentaré ahora una pequeña reflexión en torno a las relaciones que desde antiguo han existido entre la música y la filosofía, particularmente sobre aquellos especiales lazos que tejieron las Musas y que de alguna manera han sido el entramado sobre el que se ha construido una visión del mundo que de un modo u otro ha estado vigente durante siglos y que si bien en las épocas anteriores a la nuestra había pasado a ser abandonada por acientífica, en nuestros días precisamente puede volver a constituir el soporte referencial del pensamiento que desde la nueva Física está empezando a atisbarse. Miradas de cerca, las Musas nos desvelan algo del origen de una unión (la de Música y Filosofía) de la que comúnmente se habla, pero de la que pocas veces sabemos con certidumbre en qué consiste y de dónde procede. Me voy a permitir, pues, una pequeña especulación libre sobre lo que podría suponer el mito de las Musas, a partir principalmente de su proveniencia etimológica y de lo que de ellas nos cuenta Hesíodo en su Teogonía. Me detendré un poco en las ideas que me han parecido más relevantes o que me han interesado más, sin pretender aquí un estudio exhaustivo, sino sólo una pequeña aproximación.

Me parece que podemos entender algo mejor qué representaban aquellas Musas de la Grecia Antigua -y tal vez a partir de ello profundizar un poco en alguna noción filosófica relacionada con la música- si examinamos más de cerca la propia palabra que sirvió para nombrarlas: Moûsa, en plural Moûsai. La palabra Musa está ligada a la noción de mente y conocimiento, así como a la de recuerdo (mnēsasthai significa “recordar”) y adivinación. En cuanto hijas de Mnemósine, la diosa titánida del tiempo, las Musas, y con ellas la música, están íntimamente unidas a la memoria y al tiempo. Si acudimos a los textos antiguos podemos encontrar que la idea de saber y recuerdo aparece ya en Homero relacionada con las Musas (Ilíada, 2, 485-6 y 2, 491-2). La vinculación de las Musas con la Memoria fue constante en toda la Antigüedad. Por ejemplo, mucho más tarde Plutarco (Charlas de sobremesa, 743 D) dice que en algunos sitios, como en Quíos a las Musas en su conjunto se las llamaba “Memorias” (Mneíais). Y en otra parte (Del quersonense, h) comenta que las Musas eran hijas de Mnemósine porque ésta representa el descubrimiento mientras que las Musas son la investigación.

Aunque no se conoce con total seguridad el significado del término Moûsa parece que estaría entre los derivados de la raíz indoeuropea *men- (meditar), con vocalismo "o" y sufijo –twa (procedería de *mon-twa). En ese caso la palabra Musas querría decir "las pensativas", "las meditabundas", con un sentido intransitivo, o bien, con sentido transitivo, "las recordadoras”, "las que hacen recordar". En castellano existen muchas palabras que tienen la misma raíz indoeuropea y que se refieren a estados y actividades de la mente (tales como mente, demente, reminiscencia, mentecato, vehemente, mentir, comentar, manía o todas las derivadas en –mancia, que tiene que ver con adivinación. Encontramos, además, palabras indirectamente vinculadas con esta raíz, tanto procedentes del latín moneo (como amonestar, admonición, mostrar, moneda, monstruo o monumento) como derivaciones directas de la palabra griega moûsa (como musa, música, músico, museo, o en general, los términos vinculados a la noción de “recuerdo” (como amnesia, amnistía, mnémico, mnemotécnica).

Verdaderamente si acudimos a nuestra experiencia cotidiana enseguida nos damos cuenta de la conexión que existe entre la música y la memoria. Todos sabemos que el ritmo (la rima en poesía) ayuda a memorizar cualquier texto. Y si además tiene música, el canto queda fijado en nuestra memoria para siempre. ¿A quién no le ha ocurrido que de repente ha recordado perfectamente, con letra y música, canciones que hacía muchísimo tiempo que no cantaba o que no oía? ¿Os habéis fijado en que cualquier música, cualquier canción que por uno u otro motivo la hemos interiorizado tanto que la hemos hecho nuestra, no se olvida jamás, que en cuanto oímos unas cuantas notas, aunque haya pasado mucho tiempo, enseguida la reconocemos? Desde luego algo tiene la música que se fija en la memoria para siempre. Por eso comprenderemos con facilidad la función que cumple la música, y la memoria que la acompaña, como trasmisora de cultura.

Hay que tener en cuenta que la facultad de recordar es especialmente importante en una cultura -como la de la Grecia más antigua- en la que el conocimiento se transmite por vía oral. No parece extraño, pues, que la música se asociara al aprendizaje de lo que debía de ser conocido perfectamente por la colectividad, o lo que vendría a ser lo mismo, lo que debía de ser recordado gracias a la memoria, fuera este conocimiento la recreación precisa de las gestas de los más antiguos, las oraciones y cultos a los dioses, las normas y leyes que regían la relación social entre los miembros de la colectividad o simplemente una obra creada para el mero entretenimiento y la diversión o para enseñar pautas de conducta adecuada. En definitiva, todos los valores y creencias que forman parte de lo que solemos llamar una cultura. Entendemos ahora por qué en Grecia se enseñaba música a los niños desde la primera infancia.

Vemos, así pues, que en el mismo nombre con el que se designaba a las diosas de la música y en su filiación con la Memoria subyace una idea que, si bien es bastante simple a primera vista, no deja de tener gran interés si profundizamos un poco en ella: el conocimiento en el mundo griego aparece unido no sólo a la memoria, sino también al tiempo. Y la música es, antes de todo, el arte en el tiempo. Pero tal vez lo más curioso para nosotros es que la memoria no sólo fuera conocimiento del pasado; también era un conocimiento del futuro. Como podemos descubrir en las palabras de Hesíodo, el conocimiento de los dioses (o de la diosa, para Parménides) sería una suerte de visión de todo a la vez, una forma de ver la sucesión de acontecimientos que configuran la temporalidad propia de los mortales como un conjunto, más allá del tiempo, fuera de éste, como si el tiempo no fuese sino una particularización apta para el devenir humano, o al menos apta para su limitada forma de conocer.

Y ¿cual sería la función de las diosas de la música en este escenario? Las Musas vendrían a ser precisamente las intermediarias entre el conocimiento de los dioses, ese que consiste en un ver todo a la vez, y el conocimiento temporal de la condición humana, en el cual la Memoria ejerce de guía indispensable. Las Musas serían las que lo recuerdan todo y las que hacen recordar a los mortales que ellas eligen. Ellas cantan al unísono el pasado y el futuro; por eso su canto nos habla de una cosmovisión, de una totalidad de acontecimientos, donde pasado y futuro viven a la vez. El tiempo y el movimiento aparecen en Hesíodo vinculados a las Musas y al canto, a la música, con las implicaciones filosóficas que ello lleva consigo. Y de algún modo vuelve a resonar en nuestras mentes aquella idea de la música de las esferas y la música como paradigma del ser que fuera desarrollada por el pitagorismo y que tanto éxito ha tenido a lo largo de la Historia.

Podemos pensar que en el mundo griego probablemente desde el principio se atribuyeron a las Musas, y con ellas a la música, tanto la capacidad de convencer mediante la palabra como la de cautivar mediante el arte. Las habilidades que las Musas proporcionaban a sus elegidos quedaron agrupadas ya desde la Teogonía en dos categorías. Una era la habilidad del canto, propio de los aedos y relacionada desde siempre con Apolo. Se trata del canto completo, con todas sus variantes poéticas, incluida la narración, la danza y la representación escénica. La otra habilidad era la de la elocuencia, vinculada a la capacidad de impartir justicia (entonces atribuida a los reyes, hijos de Zeus) y, en general, al hablar filosófico o científico. Es decir, mientras la primera capacidad es la que permite mover al oyente mediante la seducción del alma, sin que intervenga para nada la facultad de razonar, la otra lo atrae mediante la persuasión; mientras que una tiene que ver con las pasiones y las emociones, la otra se las arregla con el razonamiento y con el juicio lógico. De algún modo reconocemos las dos partes del alma, la irracional y la racional, de la que hablaban los filósofos de entonces. Veámoslo con un poco de atención.

Reconocemos en primer lugar la parte emocional del alma de la que hablaban los filósofos griegos. Nos dice Hesíodo, por un lado, que son hijos de las Musas los que poseen el poder de seducir el alma con sus creaciones y la capacidad de mudar las pasiones, el estado de ánimo, diríamos hoy, mediante la poesía y el canto:

“Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada se consume afligido en su corazón, después de que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de las diosas!”

En otro pasaje de la Teogonía vemos que las Musas son en esencia unas diosas cuyo corazón no conoce la pena y que han nacido para deleitar, para alegrar el ánimo de los dioses y de los mortales a los que hace olvidar las pesadumbres:

“Las alumbró en Pieria, amancebada con el padre crónida, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones ”[…] Nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas solo por el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho, dio a luz aquélla, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo”.

Pero aquí no se acaban los dones de las Musas. Hesíodo también nos cuenta que el arte de la elocuencia (es decir, la retórica, aunque él no le dé ese nombre) es una de las más importantes habilidades que las Musas proporcionan. Nos dice que el don de la palabra, un arte musical, hace brillar al que la posee. Los elegidos por las Musas gozan de la gracia de la oratoria, merced a la cual pueden convencer con sus razonamientos y locuciones en los tribunales y así impartir justicia:

“...a éste derraman sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen dulces palabras. Todos fijan en él cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y él con firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito por grande que sea. Pues aquí radica el que los reyes sean sabios, en que hacen cumplir en el ágora los actos de reparación a favor de la gente agraviada fácilmente, con persuasivas y complacientes palabras. Y cuando se dirige al tribunal, como un dios le propician con dulce respeto y él brilla en medio del vulgo. ¡Tan sagrado es el don de las Musas para los hombres!”.

Estamos ahora ante la parte de la música que se vinculaba con el conocimiento racional, discursivo, y también con la filosofía. Quizá conviene recordar que para algunos pensadores de la Antigüedad la filosofía formaba parte de la música. Sería la actividad más elevada de las prácticas musicales. Además la capacidad del orador no se puede limitar al buen razonamiento lógico, a ser dueño de una irreprochable argumentación. Todos podemos reconocer enseguida que quien quiere comunicar sus ideas (el pensador, el político, el profesor o el científico, diríamos hoy) debe dominar el arte de la retórica. No bastan las ideas para convencer; es absolutamente necesario presentarlas de un modo atractivo, es imprescindible el juego de inflexiones de la voz, de pausas, de silencios y de acentos, de ritmos y cadencias, incluso es necesario el gesto, el movimiento del cuerpo, para que el oyente se vea verdaderamente atraído por un razonamiento. Esta habilidad de orador (necesaria, pero hoy con frecuencia ausente entre aquellos dedicados a hablar en público) formaría parte para los griegos, según nos cuenta Hesíodo de las artes musicales.

Detengámonos ahora un poco en la función de las Musas como intermediarias entre lo humano y lo divino. En las referencias a las Musas que nos han llegado desde la Antigüedad podemos encontrar que siempre fueron vistas como mediadoras entre los dioses, que serían los poseedores de la verdad, y los hombres, a los que de algún modo comunicarían el conocimiento divino. Hesíodo (Teogonía, 25) nos habla de los humanos como una raza de ignorantes, como de aquellos que no poseen por sí mismos la capacidad de conocer. No saben sino pastorear, buscarse el sustento: los humanos “que pasáis la vida al aire libre, raza vil, que no sois más que vientres”, dice. Las diosas de la inspiración dotan a los humanos que ellas eligen de habilidades superiores, esas que se obtienen en una colectividad sólo una vez adquiridos y dominados los conocimientos necesarios para la supervivencia, que serían los propios de “pastores”. Los hombres alcanzan el conocimiento solamente cuando, como él mismo, son tocados por la gracia de las Musas. Y por la intermediación de las diosas de la música pueden atisbar algo de la divina sabiduría, pueden tener la capacidad de crear, de construir, imitando con ello la labor de los divinos.

En los textos griegos leemos que las Musas, que pueden otorgar a los hombres destrezas que son propias de los dioses, conceden tres dones a sus favorecidos: llevan a la mente del poeta-músico los acontecimientos que debe relatar; les regala la capacidad del canto; y les da la gracia para hacerlo bien. Y en cuanto intermediarias entre los dioses y los humanos, las Musas y el conocimiento que ellas imparten (el de los poetas, el de los que saben crear algo) están también relacionadas con la adivinación. El poeta es creador en cuanto que es capaz de recordar, de recrear lo que estaría ahí, lo que sabría originalmente, pero que habría perdido, olvidado en las aguas del Leteo.

Por todo lo anterior me parece que lo que pertenece al reino de las Musas en el universo estético griego se podría resumir en una palabra: poíesis, es decir composición poética, en un sentido amplio, cualquiera de las creaciones de los humanos en las que se imitaría las realizaciones de los dioses, esas que forman la vida. Imitación, eso es lo que vendría a hacer todo creador, todo poeta, una imitación no de la forma externa, sino de la verdadera naturaleza, de la idea que toda forma encerraría. Los teóricos griegos de la música nos dicen que el compositor musical debe imitar la vida de verdad, con todas sus pasiones y todos sus devenires, con el movimiento que le es propio. Con el sonido de la voz y sus inflexiones melódicas y rítmicas, los músicos-poetas imitan el canto del alma, sometida a los vaivenes de las pasiones y de las emociones; con la letra del poema reproducen los pensamientos y el desarrollo de los acontecimientos que se narran; y con el movimiento y el gesto del cuerpo en la representación escénica o en la danza, la gestualidad de la vida y el desarrollo de los hechos. Si lo que ocurre en la vida se caracteriza principalmente por el movimiento, es decir, si son formas, sonidos y figuras que se suceden el tiempo, las creaciones de los poetas no deberían de ser de otra manera, para que al menos aparentaran ser verdaderas.

En este punto tal vez podríamos encontrar una explicación de por qué las artes plásticas no pertenecían al reino de las Musas, por más que estas diosas hayan dado su nombre a los lugares en los que se exhiben este tipo de obras. Es precisamente por la ausencia de movimiento, porque son creaciones estáticas, sin desarrollo temporal, y por lo tanto no imitarían bien la vida, sino que serían más bien representaciones, algo así como iconos mnemotécnicos que permitirían al que los contempla recordar un acontecimiento, la vida de un hombre ilustre o la magnificencia y esplendor de cualquiera de los dioses. Por eso a veces, sobre todo en el platonismo, fueron consideradas artes de segundo orden, imitaciones de imitaciones, pues en lugar de reproducir directamente una idea, algo que el creador recordara e intentara recrear, el artista plástico, para aquella concepción estética, se limitaría a imitar la naturaleza, que ya en sí sería una creación imitativa.

Para concluir me gustaría detenerme un poco en una idea: lo más interesante, a mi juicio, que puede animarnos a recuperar la mirada hacia la música en tanto que arte de las Musas es el aspecto metafísico vinculado la Memoria y al Tiempo. De algún modo el músico-poeta que conoce la verdad infundida por las Musas tiene capacidad de contarla a los demás, como si fuera una suerte de profeta de su mundo, y lo hace simplemente porque tiene el poder de sustraerse al tiempo. Por eso puede seducirnos y arrastrarnos con él a su nueva temporalidad: puede recordar y puede profetizar, pues las Musas les infunden la “voz divina para celebrar el futuro y el pasado” y alabar a los felices Sempiternos. Si leemos el comienzo de la Teogonía (que por cierto es un ejemplo magnífico de bucles, referencias y autorreferencia en una composición artística), encontramos claramente la idea de que las Musas cantan a la vez el pasado, el presente y el futuro:

“¡Ea, tú! comencemos por las Musas que a Zeus padre con himnos alegran su inmenso corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro”.

La música es el arte del tiempo. Se hace en el tiempo. Nada dura, todo fluye. En el canto de las Musas el pasado el presente y el futuro se convierten en un todo a la vez, en un gran acorde al unísono. El tiempo desaparece; se hace uno, y los acontecimientos del mundo se producen al unísono. Las Musas cantan y danzan dirigidas por Apolo el dios asociado más tarde al Primer Principio filosófico. No es extraño que en épocas más tardías, cuando el conocimiento originario griego va perdiéndose y degradándose, y cuando algunos pensadores intentaron acercarse con mayor o menor acierto a un saber antiguo que se veía perdido, pero que se intuía verdadero, a un conocimiento hermético, lamentablemente rodeado de oscurantismos y adecuado sólo para iniciados, cada una de las Musas quedara vinculada con el “sonido” producido por cada uno de los planetas en su movimiento circular por el éter.

Lo cierto es que la música es el arte inmaterial por excelencia y tal vez por ello ha sido contemplada como el arte espiritual, cercano al de los dioses. Como decían los griegos de la Antigüedad, la música se construye con la materia del movimiento y la temporalidad en la que transcurre y en la que nos sumerge se conjuga con la permanencia de la memoria. Puede que entendamos un poco ahora por qué música, movimiento, tiempo y memoria sean realidades relacionadas con las Musas y con el conocimiento.



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