¿Para qué filosofía?

"¿Para qué sirve eso de la filosofía?".

Seguramente se trata de la pregunta más frecuente que te hacen cuando te atreves a decir, en un ataque de sinceridad, que te gusta la filosofía. No solo es la pregunta característica de los estudiantes de Secundaria, la pregunta que, con su natural osadía y desparpajo, hacen la primera vez que se acercan a ese tema, como me contaban no hace mucho un par de amigos que se dedican a eso de la enseñanza; también es usual entre personas adultas, a veces incluso cultas o, al menos, especialistas en las más variadas parcelas del conocimiento, una pregunta que formulan con una mueca entre burlona y escéptica. La mejor respuesta, a mi juicio, es que la filosofía es un saber inútil, es algo que no “sirve” para nada. No seremos más hábiles ni más expertos en algo después de haber pasado unos cuantos días leyendo algún libro de filosofía. Ni tampoco, por ello solo, seremos capaces de ganar más dinero en los negocios, ni de conseguir mañana mismo un ascenso. Pero en realidad lo que ocurre es que el beneficio, el provecho que proporciona la filosofía no es inmediato. Es lo que decía Heidegger en el párrafo que puse en la entrada anterior: la filosofía es inútil. “Pero lo inútil es capaz de tener poder, y de hecho lo tiene…”.

Precisamente porque en esencia la filosofía es un conocimiento privado de todo sentido utilitarista es por lo que sirve para lo más importante de todo: sirve para la vida. Y ahí reside todo su poder. Paradojas. Por eso los griegos, pueblo práctico donde los haya y los inventores de la Filosofía, se sintieron atraídos por esa sabiduría esencial: encontraron que era algo extraordinariamente necesaria para la vida. Creyeron que la filosofía pertenece al orden de lo “práctico” (y para ellos lo práctico estaba siempre vinculado con la vida, con una especie de “saber vivir”). La filosofía surge siempre desde lo más cotidiano; es decir, es un saber teórico sólo después, cuando el preguntarse filosófico va avanzando hacia las primeras y más originarias cuestiones, a asuntos que, generalizando, podríamos llamar de metafísica. La filosofía empieza preguntándose acerca de lo que está bien o mal, de lo que nos atrae o nos repele, de nuestras pasiones y arrebatos, del amor, la amistad, el deber, el honor o incluso la organización política, para terminar examinando qué es el bien o qué la belleza, qué es la pasión y por qué nos mueve a cada uno, qué sentido tiene nuestra existencia. Solo a partir de eso, de nosotros los humanos, la filosofía quiere conocer “cómo” es el mundo,”qué” es el mundo.

¿Quién no se ha planteado nunca las preguntas esenciales? A veces, en el curso de nuestra vida nos topamos con el vacío, con la escarpada pared que nos enfrenta a nuestra existencia. Entonces surge el desasosiego, que algunos intentan ahogar con los método más variados. Solo hace falta poner un poco de atención y te das cuenta de que tus amigos, cuando te están hablando verdaderamente de todo aquello que les preocupa están abordando cuestiones auténticamente filosóficas. Todos los días en los lugares más diversos escucho conversaciones en las que gentes de la más variada condición cultural se afanan en tratar de asuntos que les afectan profundamente y que sin duda son eminentemente filosóficos. Hace dos días, por ejemplo, en un bar en el que a veces tomo café había un grupo de hombres mayores, que por sus maneras parecían proceder del medio rural, que casi a gritos estaban debatiendo con total seriedad sobre el bien y el mal, sobre el buen comportamiento o la maldad humana. A mí me parece que a casi todos nos interesa, aun sin saberlo, las cuestiones de las que se ocupa la filosofía.

Y por eso digo que me gusta la filosofía, porque es algo natural, inmediato a la condición humana; no el mero resultado de una complicada elaboración intelectual alejada de la vida. La elaboración intelectual viene luego, porque, no lo neguemos, el tema es complicado y porque muchas veces los filósofos utilizan un lenguaje a mitad de camino entre la poesía y la matemática, un lenguaje que en ocasiones parece esotérico y requiere del análisis para hacerlo comprensible. Y lo hacen precisamente huyendo de la facilidad, para evitar la superficialidad, para obligar al lector a esforzarse intelectualmente, impidiéndole caer en la trampa de lo aparente. Esfuerzo, pero también placer.

Pensemos en la filosofía como una amiga, como una compañera que es capaz de inquietarnos, pero también de irnos enseñando, de irnos deleitando con los más finos placeres a lo largo de la vida. Y pensemos en la vida como un camino de aprendizaje, incierto, inacabado, muchas veces doloroso, pero siempre sorprendente. La filosofía es un lujo y solo puede ser verdaderamente disfrutada cuando hemos superado la necesidad, cuando hemos dado un paso más allá de la inmediata utilidad.